Hace unos años viajé hasta La India para encontrarme a mí mismo. O al menos eso es lo que me aseguraban que iba a conseguir aquellos que ya habían viajado hasta el país de las samosas y el tikka masala. La única realidad es que más que encontrarme, me perdí. Y muchas veces.
Nueva Delhi es de las ciudades más caóticas del mundo y sin internet era harto complicado encontrar una dirección concreta. Así que la única opción que me quedaba era la siempre socorrida aplicación analógica del real chat o también llamada “preguntando se llega a Roma”. Lo remarcable e impresionante del asunto era la rapidez mental con la que los indios respondían a mis consultas, como si supieran de memoria el callejero de una ciudad que cuenta con 14 millones de habitantes.
Iba acompañado por un amigo español que por esa época vivía y trabajaba en Delhi y que no parecía tan asombrado como yo. De repente se acercó a uno de aquellos hindúes y le preguntó: where is la Puerta de Alcalá?
Por un instante pensé que el señor indio mostraría su confusión o incluso su desagrado con una pregunta tan fuera de lugar. Pero sorprendentemente se giró y comenzó a dar indicaciones con los brazos, convencido de conocer el paradero.
Mi amigo me explicó que los indios son muy educados, especialmente con los ancianos y con los turistas. Les parece un gesto de mala educación una negación en firme cuando se les hace una pregunta. Prefieren sonreír tímidamente, girar la cabeza de una manera muy característica (si has estado allí sabes a lo que me refiero) o cualquier otra acción ambigua para evadir decir “No lo sé”.
El síndrome del impostor
He recordado esta anécdota al leer acerca de un estudio que hizo una profesora de sociología en Standford, Carol Dweck, a varios niños de diez años. Les formulaba una pregunta muy compleja que claramente no sabrían responder. Algunos comprendían la dificultad de la cuestión, pero aun así se lanzaban al vacío y daban una respuesta. Otros, en cambio, se frustraban y se bloqueaban ante la imposibilidad de conocer la solución. Los primeros contaban con una mentalidad maleable o de crecimiento, saben que no pueden resolver el entuerto, pero entienden que pueden aprender lo necesario para averiguarlo más adelante.
Trabajamos en un sector, el de la tecnología, donde es necesario poseer esa mentalidad maleable porque la capacidad de progresar y avanzar en conocimientos no es un don con el que se nace, sino que se puede aprender. Y son infinitos los estímulos (cursos, tutoriales, plataformas) para alimentar a esa mente hambrienta. Pero como decía el filósofo Petrarca, “el ser humano no tiene mayor enemigo que el mismo”. Cuando tratamos de autoboicotearnos somos unos expertos.
Un ejemplo de ello sería el fenómeno de la ignorancia pluralista que consiste en no dar un punto de vista o una reflexión en público porque podría ir en contra de lo que piensa la mayoría. Lo paradójico del asunto es que en muchos casos la persona da por sentado que los demás opinan diferente a él cuando la realidad es que muy probablemente el resto del grupo tampoco se atreven a mostrar su opinión a los demás. Vamos, un “unos por otros, la casa sin barrer” de manual.
Y ¿qué decir del síndrome del impostor que ya no sepamos? No es una enfermedad o una anomalía sino básicamente la sensación de sentirse un fraude, “un estafador involuntario” como decía Einstein. Y lo peor es que no nos preocupa no saber hacer el trabajo en sí, sino que en algún momento descubran nuestra presunta incompetencia. Cuando la realidad es que si rascas un poquito te darás cuenta de que hasta el perfil más exitoso lo ha sufrido.
En Magenta People buscamos entornos seguros
Muchas de las personas con las que tratamos en Magenta People nos confiesan sentir no estar a la altura. Y es que es en los perfiles diversos donde se acentúa este síndrome. Hay que tener en cuenta que históricamente estos colectivos han vivido experiencias en las cuales se ha sido condescendientes con ellos o directamente han percibido que se les trataba con inferioridad. Un ejemplo concreto es el que nos contaba una persona neurodiversa el día que llegó ilusionada a su primer empleo y cómo de forma progresiva se fue desmotivando porque se dio cuenta que la empresa solo le había contratado para “cumplir el cupo”. Le estaban pagando un sueldo por no hacer nada.
Desde Magenta People tratamos de subsanar estas dificultades encontrando entornos con seguridad psicológica para cada persona y acompañando a cada perfil con un programa de tutorización tanto interno como externo. De este modo nos aseguramos de que las expectativas se cumplen o, al menos, que podemos realizar correcciones a tiempo si la persona no está a gusto.